LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - La mujer cubana, me refiero a la madre, la abuela, las hijas, la maestra, la doctora y hasta el ama de casa, es presa de rigores insospechados. El salario promedio de una mujer trabajadora en Cuba, que no sea intelectual, es de 226 pesos, cuyo equivalente en dólares serían $8.50. Cuando la mujer es soltera, ¡caramba! ¡Cuántas cosas no suceden! Cuando es soltera y tiene hijos, ocurren cosas peores. Y cuando no trabaja, es soltera y tiene hijos, es estigmatizada por la sociedad.

La mujer cubana, para comer, sólo tiene al mes 6 libras de arroz, 6 huevos, algo de picadillo texturizado, que casi siempre ocasiona dolores de estómago; 5 libras de azúcar y una libra de aceite. El pollo, la carne, el hígado y hasta el jamón con cosas de la historia, pues estos alimentos, aquí, en Cubita la Bella, se venden en dólares. Si usted no tiene familiares en el extranjero o algún negocio ilícito en dólares, se chivó la supervivencia familiar.

La mujer cubana ya no viste, no sale a ningún lugar, no sabe lo que es tener relaciones y vida cultural. Sólo conoce la bodega, el trabajo, la recogida de sus hijos en la escuela, o sentarse a esperar la llegada del marido.

Si la mujer trabaja en una fábrica, oficina o escuela, tiene a sus hijos internos durante el día, de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Y el hijo sólo recibe de almuerzo arroz blanco y agua de chícharos. Y si no disfruta de este régimen escolar y el almuerzo es en la casa, la mayoría de las veces le das lo que puedes. El pan que tienes, sazonado con un poco de agua con azúcar, ya que el refresco que pudieras brindarle también se vende en dólares. Y el que viene en dispensadores que pertenecen al estado, es inatrapable.

La mujer cubana se ha vuelto mustia, amargada y seca porque su futuro es incierto. Los sueños sólo son esperanzas irrealizables. Y nosotras, las mujeres cubanas, hemos permitido que nos degraden año tras año. Tal vez sea porque los hombres, que siempre son los primeros, también se han dejado degradar.

Los años pasan. Los almanaques desprenden sus hojas, y en su vuelo, trasladan a estos comienzos de siglo la misma historia anterior. Debiéramos recordar que la máquina del tiempo no tiene paradas, ni podemos aguardar, como en las colas del camello Lo cierto es que hoy estamos peor que ayer, y mañana estaremos peor que hoy. Que no le quepa duda a nadie: ni a hombre, ni a mujer.

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